Nadie hubiera pensado que la vida
de Los hijos del capitán Grant
cambiaría radicalmente tras apenas Cinco
semanas en globo, en lo que parecía ser simplemente un inofensivo juego de
cartas.
Cansados por la travesía, habían
arribado a La isla misteriosa, un bar
oscuro y mugriento que servía de cobijo para cualquiera que tuviera las monedas
necesarias para ir De la Tierra a la Luna.
Nadie preguntaba nada y todo estaba permitido.
Mientras una de Las indias negras les daba cerveza y
unos guisos de esos que es mejor no indagar sobre los ingredientes, un hombre joven
conocido como Miguel Strogoff quiso
aprovecharse de Un capitán de quince años
y sus hermanos.
Así, sin invitación, se sentó en
la mesa que los muchachos compartían y demostrando la destreza de sus dedos con
las barajas los convenció de jugar al truco para ganarse el alojamiento para
esa noche en El castillo de los Cárpatos.
Habían perdido buena parte de sus
pertenencias cuando se hundiera La
jangada que les había regalado su padre y en agradecimiento a Matías Sandorf, por el rescate y el
viaje en globo. Aceptaron.
Entre partida y partida, el dinero
iba y venía y las habladurías también. Por eso, uno de los jóvenes aceptó el
reto de ingresar en La Casa de vapor.
Se trataba de una construcción perteneciente a una antigua familia de la zona,
de apariencia abandonada y llena de fantasmas que no se contentaban con asustar
a los intrusos sino, además, los llevaban a la locura y hasta a la muerte.
Sin perder tiempo, esa misma noche
el chico logró colarse en la vivienda por una diminuta ventana y recorrerla a
sus anchas. No voy a mentirles, temblaba a cada paso. Y más aún por temor a ser
descubierto observando El secreto de
Wilhelm Storitz, el dueño de casa. ¡Se había robado Los quinientos millones de la Begum! Allí los guardaba.
Sus hermanos no lo podían creer,
aun cuando vieron el botín. Como si hubieran ganado Un billete de lotería festejaban al grito de “somos ricos”. Pero en
las sombras, Miguel permanecía atento y dispuesto a hacerse con esa fortuna.
Enseguida, les hizo frente.
Tras una pequeña lucha, lograron
dejarlo atrás, empezando La vuelta al
mundo en ochenta días, escondiéndose de él, que para encontrarlos pensó que
iba a hacer un Viaje al centro de la
Tierra si era preciso, mas no fue necesario. Con sólo Veinte mil leguas de viaje submarino consiguió alcanzarlos. Cuando
menos lo esperaron, en un descuido, pudo robarles una parte, sintiéndose Dueño del mundo.
El problema para los muchachos fue
que Los piratas del Halifax,
contratados para recuperar la fortuna robada, dieron con ellos a través de
Miguel.
No los agarraron desprevenidos
aunque tampoco en su mejor forma. Los piratas eran demasiado hábiles con las
espadas y no tardaron en desarmarlos, así que, finalmente, los muchachos
entregaron las bolsas y corrieron sin mirar atrás.
Previamente, habían jurado que ya
no cometerían el mismo error, permitiendo que alguien más disfrutara del dinero
que ya no pertenecía a nadie. Por eso, había trigo en lugar de las monedas, que
supieron esconder y recuperar más tarde.
Al día siguiente, hablaron con César Cascabel para que les permitiera
viajar lejos, muy lejos, en su enorme barco, La estrella del sur, lo que parecía ser Una ciudad flotante.
Tras varios meses embarcados, El faro del fin del mundo se iluminaba
con El rayo verde, guiándolos.
Tocaron tierra y se pararon Ante la
bandera, pero no supieron reconocerla. ¿Dónde estaban? Igualmente tenían la
sensación de haber encontrado una Segunda
patria.
Se sentían a salvo, aunque un poco
cansados. Después de semejante travesía iban a necesitar Dos años de vacaciones. Dinero no les faltaba…
Los títulos usados pertenecen a obras de Julio Verne.
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