Para leer online...

¿¿Qué van a leer este finde?? 

Como saben el blog tiene un espacio especial de lecturas y siempre hay un lugarcito para los autores de LEA y ELFA. Así que, yo les propongo dejarse atrapar por este... 




Diego Furbatto nos regala un fragmento de su obra. ¿Todavía no la leíste? Apurate que en breve sale el libro 2 "La tierra de los Vadarkos" de esta saga imperdible, con tintes medievales y ambientada en el sur argentino. 


EXTRACTO del capítulo 3 "El Bardo" del libro Letgrin de Eumeria

Unos imperceptibles acordes sonaban, acompañaban sus palabras con tal maestría que parecía que la música toda había sido creada para esta gran obra.

Jaiboy disfrutaba de su templo, las ofrendas y los sacrificios de sus fieles.  Las sacerdotisas y las acólitas. Todo le satisfacía.  Todo se desarrollaba en orden y en paz. El dios era como el mar, imponente, profundo. Con sentimientos devastadores y pasiones avasallantes.
Ais Iu era como la luna.  Una virgen que servía a otro dios.  Intocable.
Él no era conocido por su respeto a las reglas.
Ella era conocida por su devoción.
Cansado de mirarla de lejos, tomó forma humana y vagó por la tierra, diseminando un velo sobre su ser, hasta que sus pares no pudieron reconocerlo. Una vez logrado el objetivo, se dirigió al Templo de su Hermano y esperó hasta encontrarse con ella. Transportó grano y agua, barrió hojas y persiguió ratas.  Todo para poder cruzarse con ella y hablar. El tiempo volaba en sus encuentros y era una agonía en la espera del siguiente momento a compartir. El Dios se preguntó por qué… y sólo podía responderse que ella lo hacía feliz. Ella escuchó en silencio cuando le confesó su verdadera condición.  Y si bien no entendía las razones, sabía que con él cerca era feliz. Entendía el riesgo y hasta esa forma de traición a su credo.

Aquí la música rasgaba las entrañas, sumergía a los oyentes en el dolor y la angustia de la pareja. Hasta sus compañeros de trashumancia habían detenido sus actividades y lo escuchaban absortos.

Los días se sucedían y su rutina continuaba. Ni un beso se habían dado, sólo algún roce y tomarse de las manos, cuando sucumbieron a la verdad y tuvieron que reconocerse enamorados. La virgen entendía el amor, experimentaba el amor, conocía el amor: a su familia, su dios, su templo, sus hermanos. Pero jamás había experimentado su poder y  majestuosidad. Que una mirada llenara su día. Que el encuentro con alguien hiciera que todo valiera la pena.
Él es un dios y el amor era una palabra.  Sólo una palabra de los humanos.  Hasta ahora. En ese momento comprendió la pobreza de los cielos y el valor de ser Humano. Los envidió. Y comprendió por qué, muchas veces, incontables veces, en pequeños o inmensos actos, el Amor cambiaba los deseos de los dioses.

Hizo una pausa mientras afinaba rápidamente el instrumento y cantó

Él es un dios, ella una virgen
Y los dioses les enseñaron a pecar
Y ella pecó. Aún no de acción sino de alma y corazón. Pero pecó. Y supo que su fortaleza estaba destruida y poco faltaría para sucumbir.  Y en un noble acto de puro altruismo, lo rechazó. Pensando en su dios. Pensando en su amor. Pensando en Él.
Jaiboy sintió el dolor de mil lanzazos, la furia de una manada de huargos. Sintió crecer su sed de venganza y ansias de destrucción. Ella esperó en silencio y mirándolo a los ojos lloró. Tomó su rostro entre sus manos, acercó los labios y lo besó. Un beso de entrega total, un beso de profundo amor, un beso verdadero. Siglos estuvieron unidos porque el poder del dios era tal que en el instante en que su corazón se detuvo, el tiempo se paralizó. Ni sus hermanos tuvieron el poder de hacer nada y, posiblemente, tampoco tuvieron la voluntad. La verdad abandonó las penumbras de la ignorancia y en ese instante eterno, supieron la verdad. Y el dios aprendió que el amor es también lágrimas, entrega y sacrificio.
Las lágrimas de un dios no se derraman en vano y el Rio de Plata que corría en sus mejillas abrió un profundo surco en la tierra, horadando la roca, corriendo el polvo, desplazando minerales, hasta llegar a una vertiente. Mientras el agua brotaba del suelo y corría por el campo, Jaiboy, sin dejar de llorar, se desvaneció para volver a su morada.
Ella se fue sin mirar atrás.
El agua brotó siempre fresca y en las más terribles sequías fue el único abastecimiento de la población. Se lo llamó El manantial de los Enamorados, pero pocos o ninguno conocían su verdadero origen.

El Bardo carraspeó, apoyó su instrumento en la mesa y se sirvió un trago de cerveza. El resto, mudo, esperaba el final de la historia.
–En breve vendrán a buscarnos, es mejor que estemos preparados –señaló. Y Letgrín miró la ventana y vio el sol cayendo. Había estado demasiado tiempo inmóvil, sin baño, sin comer, casi sin moverse.
–Y tú –agregó señalando a Letgrín en las alturas– será mejor que vayas a tus quehaceres, dudo que te hayan encomendado escuchar mis ensayos. Si logras evitar un castigo mayor, esta noche podrás escuchar el final. Sabrás como llegar a tu palco sin problemas.
Letgrín bajó rápidamente, hizo una reverencia y se fue por la puerta principal, sin importarle si lo veían, corriendo al bosque.




SOBRE EL AUTOR
Diego es corredor de Seguros y un apasionado lector desde temprana edad.

En los últimos años ha escrito 17 cuentos infantiles y 11 relatos costumbristas, de los cuales uno fue premiado en el Concurso Literario Veladas 2011. Su primera novela fantástica, “Gastón el elegido”, obtuvo mención de honor en el Certamen José Martí de Cuba en el año 1997.

Ha publicado su cuento “Sin ganas y sin tiempo” en la Antología Poesía Cuentos y vos. Actualmente escribe una saga de Fantasía Épica llamada “Crónicas de Koon Epolenk”, de la cual Letgrin de Eumeria es su primer libro. Próximamente llega el segundo tomo: La tierra de los Vadarkos.

Conocé más sobre él y escuchá los audios de su segmento radial dedicado a promover a los autores y artistas argentinos en: www.letgrindeeumeria.com.ar/

Encontralo también en: www.facebook.com/letgrin






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